Los dos inolvidables iconos.
- revistasangreyarena
- 18 jul 2015
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Columna: Salida de toriles
Por El Capote Fax
Los dos inolvidables iconos.
Allá, en el lejano año de 1947 y a mis 16 años de edad; tuve la oportunidad de asistir a mi “segunda” corrida de toros. La primera ocurrió dentro de una novillada ofrecida por los alumnos de la Facultad de Ciencias Químicas de la UNAM, donde mi hermana mayor cursaba el 2° año de su carrera.
Triste espectáculo y hoy lo llamo una carnicería a donde mi afecto fue hacia el toro. Así de pésima fue mi primera impresión por la manera que los estudiantes habían masacrado a los astados.
En fin, mi padre gran taurófilo, donde su saber fue haber colaborado en el periódico “El Redondel” mediante una columna taurina “La Puntilla” y que ante el movimiento de la TV.
Los domingos se aventaba las corridas por la radio. Ahí fuimos un domingo al coso de la Condesa, ubicado en las calles de Oaxaca, Colima, Cozumel y Durango. Precisamente. Donde actualmente se ubica la segunda tienda “El Palacio de Hierro”, y donde existía la ruta del tranvía “Oaxaca”.
Trenecito de únicamente 4 ruedas y que iniciaba su ruta desde el Zócalo y la terminaba en la Plaza Miravalle a solo una calle de la Plaza de Toros.
No era mi entusiasmo ir a “los toros”, mejor hubiera ido por las mañanas dominicales asistir al parque Asturias en la Calzada Chabacano, o al Parque Delta de Béisbol.
En el tercer tendido de sombra, éramos mi padre, un tío de Durango -Paco Acevedo- mi hermano Domingo -QEPD- y este Capote. Fue impresionante, el lleno de la Plaza donde la garantía del “Mano a Mano” entre Silverio Pérez y Manuel Rodríguez “Manolete”, garantizaba todo un grandioso espectáculo -como lo fue- desde luego que para mí corta edad y total bisoñez, no es para poder analizarlo sino únicamente describirlo: cada uno toreo dos ejemplares y ambos se lucieron a lo grande. El público ovaciono sin distancias a los dos y recuerdo claramente a un jarocho gordo, tremendamente entusiasmado cuando Silverio cerró la función; gritaba y decía: Maestro mereces las dos orejas, el rabo y hasta las cuatro patas.
Considerándolo ahora, quizás nunca se volvería a repetir una tarde como aquella.
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